Estoy bien. Qué banales suenan esas palabras con todo lo que han conllevado, cuánto significado en pocas sílabas; cuánto camino recorrido hasta poder empezar sin elaborada prosa: estoy bien.
Que esté bien significa muchas cosas. Significa que puedo tener pesadillas intensas y realistas en las que vuelves y no despertarme llorando hecha un ovillo; se acabó el dolor en el pecho, la angustia que se prolonga durante horas y, sobre todo, la caída libre en el momento del despertar: ese en el que me doy cuenta de que todo ha sido un sueño y no va a pasar jamás.
Aunque el anhelo subconsciente es inevitable, he conseguido ahuyentar la tristeza. No obviándola como hasta ahora; enfrentándola y siendo fuerte. Y ahora estoy bien. Puedo volver a escuchar tu nombre sin que algo me impulse a girar la cabeza. Puedo leerte, ver tu vida, saber de ti sin sentir nada. Puedo escuchar canciones que me recuerdan cosas, pensar en sitios, sentir el frío.
Puedo hablar. Ahora incluso puedo hablar de todo lo que ha significado para mi. No creo que vuelva a hablar de lo bueno, pero podría hablar de lo malo si quisiese. La paradoja es que ahora que puedo, no lo necesito. No siento ya necesidad de defenderme; aquellos que dolían ya no importan. Tampoco importa que tú no hayas hecho otra cosa en todo este tiempo; a pesar de todo comprendo tu dolor.
Lo que más me ha costado curarme ha sido la decepción. La decepción succiona, arrastra una y otra vez al pozo de las expectativas, machaca el orgullo e insulta a la inteligencia. Y yo estaba muy decepcionada. Que no te quieran siempre decepciona, aún más que no te hayan querido más que de forma pasajera e instrumental -igual que hiciste antes y sigues haciendo ahora- cuando yo he dado lo mejor que tenía; mi amor más puro y sincero, mis ganas y mi libre albedrío. Y sabes que no tengo mucho de eso como para haberlo malgastado de esta forma.
Lo segundo que más me ha costado ha sido dejar de quererte. El amor de verdad no se cura ni con el dolor ni con la superposición de sentimientos. Es algo que aprendí hace tanto que me ha servido para salvarme esta vez. Dejar de quererte no ha sido fácil ni bonito. He tenido que recordar lo que era construirme sola y eliminar la costumbre de necesitarte ha sido tan arduo como extenso. Aún, cuando me siento triste, algo en mi tiende a pensar que tú eres el único que podría comprenderme de verdad aunque ya no necesite que lo hagas. La pérdida ha sido proporcional a la magnificacion de mis sentimientos. Has sido Sol y yo el poeta. Y no ha sido hermosamente trágico como solíamos pensar.
No sé si sería capaz de volver a verte. No por el dolor, ni siquiera por la decepción: más bien por el desengaño. Ahora que te veo como realmente eres -como tú te reflejas al mundo y no como yo te veía- no sé si enamorarme sería la opción correcta. El camino recorrido juntos, el aprendizaje y la estabilidad mental y emocional que me has aportado parecen lo de menos ahora que he conseguido lograrlo sola. Tampoco puedo saber si lo habría conseguido sin tu ayuda; de no haberlo hecho me compensaría el dolor.
Lo único que no puedo elegir es lo que sueño y recuerdo que esta noche te decía: ‘¿para qué seguimos aquí hablando si no nos conocemos?’.